La afirmación identitaria es imprescindible para posicionarse en una
sociedad que excluye y marginaliza todo aquello que se salga de la
norma. Pero para una acción política eficaz (que no eficiente),
creo que debería poderse jugar un doble juego: por un lado, me
afirmo en una identidad para empoderarme, dar sentido a mi vida
(articular el yo, diría un psicólogo), para plantarme frente al
mundo con orgullo y defender modelos o formas que discuten la
normalidad; pero por otro lado, articulo mis alianzas sobre la base
de la ética y no de la identidad.
Son las acciones las que definen
la ética, y no los rasgos físicos, ni las prácticas sexuales, y
mucho menos la estética o la asistencia a los mismos lugares. Tanto si mi intención es luchar por los
derechos de un colectivo como extender una red de telecomunicaciones
libre y abierta, tengo que buscar personas que compartan mi objetivo
y construir una manera de llevarlo a cabo basada en unos principios
éticos, que en mi caso serían la auto-organización, la autonomía,
el colectivismo, la auto-gestión y la responsabilidad. Y si las
personas con las que me alío respetan y practican estos principios,
al menos en esa acción concreta, me da igual que lleven cresta,
tengan 60 años, sean heterosexuales, amas de casa o activistas del
15-M.
Lo contrario es aliarse con gente “del rollo” que suponemos colegas porque compartimos los mismos lugares y llevamos las mismas pintas pero que se guían por mezquinos intereses personales (pagar su alquiler, ligar,
conseguir poder político, tener un grupo de colegas, colocarse en compañía,
follar, etc, etc.) pero que seguirán reproduciendo y reafirmando todo
aquello contra lo que una lucha: el patriarcado, la explotación de
la vida, la usura capitalista, la represión, los rosarios en
nuestros ovarios, las cruces sobre nuestras camas y el perdón en la punta de la lengua.
En algún momento, tarde o temprano, a esos falsos compañeros de lucha se les cae la careta (tristemente, y gracias al miedo y a la corrección política, las caretas suelen caerse por su propio peso sin que nadie las arranque de un tirón, ya que cuando desenmascaras a alguien corres el riesgo de correr la suerte del mensajero de malas noticias: se te cortará la cabeza). Habitualmente, el desenmascaramiento acontece cuando hay dinero de por medio o cuando las cosas se ponen chungas y hay que dar la cara, el dni o dinero para apoyar una acción de soporte.
Cuando el fin no es el medio, la ética se impone. El buen-rollismo y lo
políticamente correcto que ha invadido toda moral hasta el punto de
reducir el activismo a la asistencia a fiestas o a lucir una estética
determinada acabarán por vaciar nuestras acciones de cualquier
contenido reivindicativo y transformador. En este sentido, a veces creo que el
parasitismo nos perjudica más que la infiltración. Por un lado,
porque también es un tipo de infiltración, aunque no organizada ni
al servicio de un poder superior. Pero sobre todo porque mina los
motivos por los que nos movilizamos, haciendo que dudemos de lo que
hacemos hasta el punto de querer abandonar la lucha.
Esta reflexión intenta acompañar el comunicado enviado por Sandra, una de las
organizadoras de Antiserum (fiestas queer para juntar fondos para gastos de
juicios) ante el robo por uno de los organizadores de parte del
dinero recaudado. Os transcribo el párrafo final:
Este
comunicado, más allá de ser una denuncia de este caso pretende ser
una invitación a reflexionar sobre la existencia de situaciones de
este tipo en nuestros espacios. Elegimos crear estructuras
autogestionadas porque el autoritarismo y los impulsos capitalistas
nos destruyen la vida. La solidaridad, la confianza, la politización,
y la auto-responsabilidad nos acercan al mundo en que queremos vivir.
Pero estos nuestros funcionamientos son también vistos por quien de
ellos se quiere aprovechar, como puertas abiertas para sus
necesidades parasitarias. Creo que es importante tener la noción de
que esto sucede en nuestros espacios sin que esto suponga desintegrar
nuestros principios de autogestión ni nuestras ganas de una
convivencia liberada de supremacías de género, sexuales,
culturales, sociales, económicas... A lo largo de mi experiencia con
esta persona yo sentí picores de alarma, pero los contorné porque
“él estaba en el rollo, era del rollo...”. Hay personas que
están en “nuestro rollo” pero no son de nuestro rollo. Cuando
sentimos picores les debemos dar voz, encontrar su origen y no
negarlos a través de nuestras variadas razones para ser hipócritas,
o simplemente porque es más fácil, más práctico, más pacífico...
La cuestión no es la negación de esos comportamientos en nuestros
espacios, si no impedir su desarrollo. No hablo de desconfianza,
hablo de confiar en nuestros sentidos políticos y éticos para
encontrar formas de gestionar estas situaciones en nuestros espacios
sin acabar robadxs, agredidxs o amargadxs.
Como
se construye el compartir de una ética? Os dejo una frase que Balazs
me escribió en uno de sus correos cuya ambigüedad me ayudó
bastante a comprender cuán manipulables son los conceptos: “Sí,
soy autoritario, soy completamente libre dentro de los limites que
determino para mi mismo, mi ética.”