lunes, 23 de abril de 2012

Sant Jordi sin dragón


Hoy la gente se arremolina en torno a una mesa donde una figura pequeñita estampa su firma en un libro como si fuera el final de la carta a una amiga. Hoy estrechamos vínculos invisibles con quienes nos emocionan sin ser vistos. Hoy rendimos homenaje a quienes firman los libros que escriben. Hoy sería algo así como el día del libro, pero como los libros no tienen ego lo hemos transformado en el día de la autoría, o como dicen, del autor.
¡Ay, la autoría! ¡Ay, el sujeto! Dicen que Borges fue a dar una conferencia sobre Shakespeare, de quien no sabemos si existió ni quien fue en caso de haber sido quien se dice que era. Los expertos han publicado cientos de obras sobre el tema, y la conclusión sigue siendo la misma: sabemos tanto de Shakespeare como de Homero o Lao Tse, es decir, nada. En nuestro afán de dar forma a un sujeto detrás de toda acción, intentamos construir biografías coherentes. Tanta genialidad no puede salir de un don nadie, y necesitamos saber quién es el genio detrás de toda gran obra. 
Algunos eruditos apuntan, desde un punto de vista sorprendentemente contemporáneo, a la obra colectiva. Mientras tanto, Hamlet y Ulises nos siguen hablando a través de los siglos y seguimos deslumbrándonos ante la sabiduría del Tao para expresar sentimientos humanos milenarios. Por el contrario, sabemos, o creemos saber, casi todo sobre Borges, entre otras cosas, que era un ciego erudito estudioso de Shakespeare. Cuenta el director de teatro Jan Kott que en aquella conferencia, Borges se situó en el estrado ayudado por dos hombres y se situó frente al micrófono:
“Todos los presentes se pusieron de pie, en una ovación que duró varios minutos. Borges no se movió. Por fin, los aplausos terminaron. Borges empezó a mover los labios. Desde los altavoces salía apenas un vago zumbido. En ese monótono zumbido apenas podía distinguirse, con muchísimo esfuerzo, una sola palabra, que aparecía una y otra vez como el grito repetido de un barco lejano, ahogado por el rumor del mar: 'Shakespeare, Shakespeare, Shakespeare...' El micrófono estaba demasiado alto, pero nadie en la sala se animaba a acercar el micrófono al ciego y anciano escritor. Borges habló durante una hora, y durante una hora sólo esa palabra repetida, 'Shakespeare', llegaba hasta los oyentes. En el transcurso de esa hora nadie se levantó ni dejó la sala. Después de que Borges terminara de hablar, todos se pusieron de pie y le brindaron una ovación que pareció interminable”.

Si aplicáramos a otros aspectos de la existencia esta obsesión por el sujeto que suponemos detrás de toda obra, quizás diéramos un giro radical a nuestro concepto de justicia. Se me ocurren, por ejemplo, cuestiones de ética política sobre la responsabilidad por la autoría. ¿Quién es responsable del genocidio armenio? ¿Un hombre, un gobierno, una nación, una alianza internacional? De momento, nadie. Aunque su obra ha sido duradera y colosal, nadie quiere hurgar en este tipo de autorías. ¿Se imaginan un día de firmas con grandes responsables de las desgracias de la humanidad? Eso sí, sin dragones... Ahí sí que no me importarían las aglomeraciones...


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