jueves, 9 de febrero de 2012

Ya los gnomos cuiden a un violín que siempre canta

“Inventar es maravilloso. Porque tenemos esa gran posibilidad de descubrir algo y volverlo cien por ciento efectivo, como decía John Cage. Lograr el máximo de utilidad de una materia sonora que originalmente no fue pensada como instrumento. Cuando no hay catálogo, cuando uno desvirga una materia, todo se inventa y al no haber con qué comparar lo que hacemos, eso es el máximo hasta que venga otro y le saque otro juguito. La materia, en esa primera vez, da todo de sí”. 
Luis Alberto Spinetta

Hay un poema de Benedetti que dice que hay un momento de la vida en que la muerte deja de ser la muerte de los demás y comienza a ser la nuestra:


Cuando eramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.
Luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque un océano
la muerte solamente
una palabra.
Ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.
Ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

Cuando todavía creía que el lago era un océano, pensaba que con esta última estrofa el poeta se refería a la comprensión de la muerte como una realidad ajena aunque inevitable. Ahora, más cerca de ver el océano como océano, entiendo que la muerte empieza a ser la nuestra cuando, cada vez que un ser querido muere, una parte nuestra muere también.

Esta es, creo, mi canción preferida del Flaco Spinetta. Hoy la he escuchado ya seis veces, y cada vez recuerdo los gnomos eternamente despiertos que dibujaba en mi soledad todavía adolescente, cuando me fui de casa, a los 17 años, para no volver más, sabiendo que los gnomos de lata me sostendrían en mi vuelo entre tanta gente de pie y nunca, nunca, nunca me dejarían morir de pena.




Este día empieza a crecer,
voy a ver si puedo correr...
con la mañana,
silbándome en la espalda...
O mirarme en las burbujas...

Tengo que aprender a volar,
entre tanta gente de pie...
Cuidan de mis alas,
unos gnomos de lata,
que de noche nunca ríen...

Si la lluvia llega hasta aquí,
voy a limitarme a vivir...
Mojaré mis alas,
como el árbol o el ángel...
O quizás muera de pena...

Tengo mucho tiempo por hoy,
los relojes harán que cante...

Y la espuma gira,
en torno a mi piel,
me han puesto manos,
para hablarle a las cosas de mí,
y al fin mi duende nació...
tiene orejas blancas,
como un soplo de pan y arroz,
y un hongo como nariz,
cuatro pelos locos,
y un violín que nunca calla,
solo se desprende,
y es igual a las guirnaldas...
Y es que nunca calla,
solo se desprende,
y es igual a las guirnaldas...

Este día es algo de sal,
me dejó vibrando al nacer...
Pesa y es liviano,
como un hilo sin nombre...
Suena un poco a mi guitarra...

Tengo que aprender a ser luz,
entre tanta gente detrás...
Me pongo las ramas,
de este sol que me espera,
para usarme como al aire...

Y es que al fin,
mi duende se abrió...
Tiene un corazón,
de mantel y batón,
y un guiño
al ver que todo es verdad...
Ya los gnomos cuiden,
a un violín que siempre canta...
Nunca se adormece,
y es igual a las guirnaldas...
Y es que nunca calla,
solo se desprende,
y es igual a las guirnaldas...