martes, 1 de septiembre de 2009

Viajes, poesía y, por qué no, fiesta

Me gusta que los viajes sean como poemas: con buen ritmo, una falsa unidad que se mueve en loops, en espirales concéntricas... Todos los días no tienen la misma cantidad de horas, ni la misma intensidad, ni el mismo color. Así, al principio son ocres o un poco verdes, luego se vuelven dorados, verde fosforescente o también rojo, y al final cambian al azul marino o al celeste cielo despejado. Entonces, cuando ya puedes relajarte en el sofá en lugar de salir corriendo para no perderte algo, o ya sabes cuál es la cerveza que te tienes que tomar y con quién, entonces es cuando te despiertas azul-celeste y te das cuenta que tienes que regresar.

Hoy amanecí en el cansancio de empezar a despedirme de la gente, de no importarme que hoy también hay sol y hay que aprovecharlo.... Porque al final, los viajes son algo que no se puede traducir: fotos invisibles pero fijas en el recuerdo de hechos vanales y personas desconocidas, instantes fugaces pero inexplicablemente inolvidables, momentos y personas que te han revelado emociones inesperadas y te han cogido por sorpresa, y harán que esa calle, esa tarde, estén para siempre asociadas a una emoción nueva.

Y para que el poema y el viaje tengan el ritmo que les siente bien, se ha de saber escuchar. Y dejar reposar.

(Después de releer este post, pienso que lo mismo pasa con salir de fiesta... En fin, viajes, poemas fiestas... aunque con objetivos o rutas diferentes, son las mismas emociones... descubrirse, dejarse llevar, dejar el miedo en algún rincón olvidado y vivir el pedacito ínfimo de tiempo que podemos disfrutar en esta vida.)

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